miércoles, 21 de agosto de 2013

¿Continuará Dios perdonándote, si cometes el mismo pecado una y otra vez?

“Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras  rebeliones.” (Salmo 103:12). Uno de los trucos más efectivos que Satanás aplica  en los cristianos, es convencernos de  que nuestros pecados realmente no son perdonados, a pesar de la promesa de la  Palabra de Dios. Si realmente recibimos a Jesús como Salvador por fe, y aún  tenemos ese inquietante sentimiento de si hay o no un perdón real, podemos estar  bajo un ataque demoníaco. Los demonios odian ver que la gente sea rescatada de  sus garras, y tratan de plantar semillas de duda en nuestra mente acerca de la  realidad de nuestra salvación. En su vasto arsenal de trucos, una de las mayores  herramientas de Satanás es recordarnos constantemente nuestras transgresiones  pasadas, las cuales él usa para “probar” que no es posible que Dios pudiera  perdonarnos o restaurarnos. Los ataques del diablo representan un verdadero reto  para nosotros, para impedir que simplemente descansemos en las promesas de Dios  y confiemos en Su amor.

Pero este salmo nos dice que Dios no solo  perdona nuestros pecados, sino que los quita totalmente de Su presencia. ¡Esto  es algo muy profundo! Sin lugar a dudas, este es un concepto difícil de  comprender para nosotros, y por eso es tan fácil que nos preocupemos acerca del  perdón, en vez de simplemente aceptarlo. La clave reside en simplemente  renunciar a nuestras dudas y sentimientos de culpabilidad, y descansar en Su  promesa de perdón.

Otro pasaje está en 1 Juan 1:9, “Si confesamos  nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y  limpiarnos de toda maldad.” ¡Que increíble promesa! Dios perdona a Sus hijos  cuando pecan, si solo vienen a Él en una actitud de arrepentimiento y piden ser  perdonados. La gracia de Dios es tan grande, que puede limpiar al pecador de su pecado, para  convertirlo en un hijo de Dios, y en consecuencia, es tan grande, que aún cuando  tropecemos, aún así podemos ser perdonados.

En Mateo 18:21-22, leemos,  “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi  hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta  siete, sino aun hasta setenta veces siete.” Probablemente Pedro estaba pensando  que estaba siendo generoso. En vez de vengarse con igual retribución de una  persona que había pecado contra él, Pedro sugiere darle al hermano algún margen  de maniobra, digamos, hasta siete veces. Pero a la octava vez, el perdón y la  gracia se agotarían. Pero Cristo desafía las reglas de economía de la gracia que  sugiere Pedro, al decir que el perdón es infinito para aquellos que realmente lo  buscan. Esto solo es posible por la infinita gracia de Dios, la cual es hecha  posible a través de la sangre derramada de Cristo en la cruz. Debido al poder  del perdón de Cristo, siempre podemos ser limpiados después haber pecado, si  humildemente buscamos el perdón.

Al mismo tiempo, debe notarse que no  es bíblico para una persona que ha sido salvada, continuar pecando habitual y  continuamente como un estilo de vida (1 Juan 3:8-9). Esto es por lo que Pablo  nos advierte: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a  vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en  vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Corintios 13:5). Como cristianos,  tropezamos, pero no vivimos una vida pecando de continuo sin arrepentirnos.  Todos nosotros tenemos debilidades y podemos caer en pecado, aún si no lo  deseamos. Aún el apóstol Pablo hacía lo que no quería hacer, porque el pecado  estaba obrando en su cuerpo (Romanos 7:15). Al igual que Pablo, la respuesta de  un creyente es odiar el pecado, arrepentirse de él y pedir la gracia divina para  vencerlo (Romanos 7:24-25). Aunque no necesitamos caer por la gracia suficiente  de Dios, a veces lo hacemos porque nos apoyamos en nuestra insignificante  fuerza. Cuando nuestra fe se debilita y negamos al Señor por palabra o en la  vida como lo hizo Pedro, aún entonces hay una oportunidad de arrepentirnos y ser  perdonados de nuestro pecado.

Otro de los trucos de Satanás es llevarnos a pensar que no hay esperanza, que  no hay posibilidad de que podamos ser perdonados, sanados y restaurados. Tratará  de hacernos sentir atrapados por la culpa, para que ya no nos sintamos dignos  del perdón de Dios. Pero ¿desde cuándo hemos sido alguna vez dignos de la gracia  de Dios? Dios nos amó, nos perdonó y nos eligió para estar en Cristo desde antes  de la fundación del mundo (Efesios 1:4-6), no por algo que hubiéramos hecho,  sino “a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que  primeramente esperábamos en Cristo.” (Efesios 1:12). No hay lugar al que podamos  ir, donde la gracia de Dios no nos alcance, y no hay profundidad a la que  podamos hundirnos, donde Dios ya no esté dispuesto a sacarnos. Su gracia es más  grande que todos nuestros pecados. Ya sea que estemos sólo comenzando a  desviarnos del curso, o que ya estemos hundiéndonos y ahogándonos en nuestro  pecado, la gracia está disponible.

La gracia es un regalo de Dios  (Efesios 2:8). Cuando pecamos, el Espíritu nos convencerá de pecado, de tal  forma que resultará en un dolor piadoso (2 Corintios 7:10-11). Él no condenará  nuestras almas como si no hubiera esperanza, porque ya no hay ninguna  condenación para los que están en Cristo Jesús (Romanos 8:1). La convicción del  Espíritu dentro de nosotros, es un movimiento de amor y gracia. La gracia no es  una excusa para pecar (Romanos 6:1-2), y no debemos atrevernos a hacerla objeto  de abuso, lo que significa que el pecado debe ser llamado pecado, y no puede ser  tratado como si fuera algo inocuo o inofensivo. Los creyentes no arrepentidos,  necesitan ser confrontados con amor, y guiados a la libertad, y los no creyentes  necesitan que se les diga que deben arrepentirse. Sin embargo, también debemos  destacar el remedio, porque se nos ha dado gracia sobre gracia (Juan 1:16). Así  es cómo vivimos, cómo somos salvados, cómo somos santificados, y cómo seremos  guardados y glorificados. Recibamos la gracia cuando pequemos, arrepintiéndonos  y confesando nuestro pecado a Dios. ¿Por qué vivir una vida manchada, cuando  Cristo nos ofrece hacernos limpios, y plenos, y justos a los ojos de Dios?

“Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones.” (Salmo 103:12). Uno de los trucos más efectivos que Satanás aplica en los cristianos, es convencernos de que nuestros pecados realmente no son perdonados, a pesar de la promesa de la Palabra de Dios. Si realmente recibimos a Jesús como Salvador por fe, y aún tenemos ese inquietante sentimiento de si hay o no un perdón real, podemos estar bajo un ataque demoníaco. Los demonios odian ver que la gente sea rescatada de sus garras, y tratan de plantar semillas de duda en nuestra mente acerca de la realidad de nuestra salvación. En su vasto arsenal de trucos, una de las mayores herramientas de Satanás es recordarnos constantemente nuestras transgresiones pasadas, las cuales él usa para “probar” que no es posible que Dios pudiera perdonarnos o restaurarnos. Los ataques del diablo representan un verdadero reto para nosotros, para impedir que simplemente descansemos en las promesas de Dios y confiemos en Su amor. Pero este salmo nos dice que Dios no solo perdona nuestros pecados, sino que los quita totalmente de Su presencia. ¡Esto es algo muy profundo! Sin lugar a dudas, este es un concepto difícil de comprender para nosotros, y por eso es tan fácil que nos preocupemos acerca del perdón, en vez de simplemente aceptarlo. La clave reside en simplemente renunciar a nuestras dudas y sentimientos de culpabilidad, y descansar en Su promesa de perdón. Otro pasaje está en 1 Juan 1:9, “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” ¡Que increíble promesa! Dios perdona a Sus hijos cuando pecan, si solo vienen a Él en una actitud de arrepentimiento y piden ser perdonados. La gracia de Dios es tan grande, que puede limpiar al pecador de su pecado, para convertirlo en un hijo de Dios, y en consecuencia, es tan grande, que aún cuando tropecemos, aún así podemos ser perdonados. En Mateo 18:21-22, leemos, “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.” Probablemente Pedro estaba pensando que estaba siendo generoso. En vez de vengarse con igual retribución de una persona que había pecado contra él, Pedro sugiere darle al hermano algún margen de maniobra, digamos, hasta siete veces. Pero a la octava vez, el perdón y la gracia se agotarían. Pero Cristo desafía las reglas de economía de la gracia que sugiere Pedro, al decir que el perdón es infinito para aquellos que realmente lo buscan. Esto solo es posible por la infinita gracia de Dios, la cual es hecha posible a través de la sangre derramada de Cristo en la cruz. Debido al poder del perdón de Cristo, siempre podemos ser limpiados después haber pecado, si humildemente buscamos el perdón. Al mismo tiempo, debe notarse que no es bíblico para una persona que ha sido salvada, continuar pecando habitual y continuamente como un estilo de vida (1 Juan 3:8-9). Esto es por lo que Pablo nos advierte: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Corintios 13:5). Como cristianos, tropezamos, pero no vivimos una vida pecando de continuo sin arrepentirnos. Todos nosotros tenemos debilidades y podemos caer en pecado, aún si no lo deseamos. Aún el apóstol Pablo hacía lo que no quería hacer, porque el pecado estaba obrando en su cuerpo (Romanos 7:15). Al igual que Pablo, la respuesta de un creyente es odiar el pecado, arrepentirse de él y pedir la gracia divina para vencerlo (Romanos 7:24-25). Aunque no necesitamos caer por la gracia suficiente de Dios, a veces lo hacemos porque nos apoyamos en nuestra insignificante fuerza. Cuando nuestra fe se debilita y negamos al Señor por palabra o en la vida como lo hizo Pedro, aún entonces hay una oportunidad de arrepentirnos y ser perdonados de nuestro pecado. Otro de los trucos de Satanás es llevarnos a pensar que no hay esperanza, que no hay posibilidad de que podamos ser perdonados, sanados y restaurados. Tratará de hacernos sentir atrapados por la culpa, para que ya no nos sintamos dignos del perdón de Dios. Pero ¿desde cuándo hemos sido alguna vez dignos de la gracia de Dios? Dios nos amó, nos perdonó y nos eligió para estar en Cristo desde antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4-6), no por algo que hubiéramos hecho, sino “a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo.” (Efesios 1:12). No hay lugar al que podamos ir, donde la gracia de Dios no nos alcance, y no hay profundidad a la que podamos hundirnos, donde Dios ya no esté dispuesto a sacarnos. Su gracia es más grande que todos nuestros pecados. Ya sea que estemos sólo comenzando a desviarnos del curso, o que ya estemos hundiéndonos y ahogándonos en nuestro pecado, la gracia está disponible. La gracia es un regalo de Dios (Efesios 2:8). Cuando pecamos, el Espíritu nos convencerá de pecado, de tal forma que resultará en un dolor piadoso (2 Corintios 7:10-11). Él no condenará nuestras almas como si no hubiera esperanza, porque ya no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús (Romanos 8:1). La convicción del Espíritu dentro de nosotros, es un movimiento de amor y gracia. La gracia no es una excusa para pecar (Romanos 6:1-2), y no debemos atrevernos a hacerla objeto de abuso, lo que significa que el pecado debe ser llamado pecado, y no puede ser tratado como si fuera algo inocuo o inofensivo. Los creyentes no arrepentidos, necesitan ser confrontados con amor, y guiados a la libertad, y los no creyentes necesitan que se les diga que deben arrepentirse. Sin embargo, también debemos destacar el remedio, porque se nos ha dado gracia sobre gracia (Juan 1:16). Así es cómo vivimos, cómo somos salvados, cómo somos santificados, y cómo seremos guardados y glorificados. Recibamos la gracia cuando pequemos, arrepintiéndonos y confesando nuestro pecado a Dios. ¿Por qué vivir una vida manchada, cuando Cristo nos ofrece hacernos limpios, y plenos, y justos a los ojos de Dios?

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